Dice el diario español “El País” en su suplemento cultural Babelia
Ha llovido mucho desde que Les Luthiers inventaron, allá por los setenta, la canción-novela en Serenata Mariachi. Desde entonces, han sido definidos de mil maneras (todas laudatorias) por un público y una crítica siempre sorprendidos de su agudeza intelectual. Genios del humor, maestros de los juegos musicales, acróbatas de la palabra, reyes del ingenio y la paradoja, etcétera. Cada vez que vienen a España, sus espectáculos se llenan como en todos los lugares allá donde viajan. Sin embargo, al recalar en nuestro país, sería interesante descubrir que su verdadera y principal aportación es la de ejercer (conscientemente o no) de embajadores de un reino que se extiende por ultramar y hacia atrás en el tiempo: el país del humor porteño de vanguardia.
Los años veinte del pasado siglo entregaron muchos prodigios y entre ellos figura ese tipo de humor, rabiosamente contemporáneo, que está tejido tanto de conceptismo del Siglo de Oro como de picardía del lunfardo. Uno de sus mejores y añejos exponentes es el escritor Macedonio Fernández, cuyo libro Museo de la novela de la eterna debería aprenderse antes de empezar todo aspirante a novelista. Quizá nos evitaríamos así muchas de las malísimas nouvelles que por el mundo hoy corren. Es una narración humillante para el pretencioso, compuesta enteramente de prólogos que satirizan las convenciones del género.
Para Macedonio los dos mejores escritores del mundo eran Kafka y Ramón Gómez de la Serna (o sea; un puro Luthier de raza). Pero él fue además como un Miguel Mihura sin taparrabos, como un Gómez de la Serna en caída libre con una mochila de pic-nic en lugar de parapente. Existe un texto suyo de 1922 titulado El bastón de Recienvenido que empieza así: "Desde que dejé olvidado mi perro, colgado de una percha del vestíbulo o metido en el paragüero de una casa que visitaba, decidí reemplazarlo por...".
Ecos similares resuenan en el libro Los juegos de Mastropiero del Luthier Carlos Núñez Cortés que Península ha tenido a bien publicar en nuestro país. El libro, aparte de ejercer como índice y resumen de la obra de Les Luthiers, se organiza casi como manual de retórica y terminología sobre las posibilidades lúdicas y matemáticas del lenguaje. Ese humor porteño, envenenado de vanguardias, con su gusto afrancesado por el calambur, consiguió ya hace muchos años algo que también aquí se buscó sin éxito. Destilar una tradición propia con aroma de ese oxímoron que tan británicamente siempre nos fascina: el cosmopolitismo castizo. Aquí estuvimos a punto de lograrlo pero la Guerra Civil echó a perder (como tantas otras cosas) el experimento. Podemos recuperarlo, afortunadamente, a través de Les Luthiers, que vienen otra vez, cada vez más entrañablemente mayores, a visitarnos. En ese terreno, Argentina nos ganó por goleada y ha funcionado de almoneda y refugio de tal tradición para nuestra suerte. Gracias a gentes como ellos es por lo que nuestra música y literatura no es sólo española sino hispánica. Vayamos a ver su espectáculo Los premios Mastropiero con el libro de Núñez bajo el brazo y, tomando notas como buenos alumnos, rindámosles homenaje.
Sabino Méndez
martes, 3 de noviembre de 2009
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