Una de las historias posibles es: “Durante años dejó que cada pequeño espacio de poder disponible lo ocupara su marido. El se ocupaba de todo. Al principio parecía una comodidad, porque ella no debía preocuparse por nada, pero luego se transformó en una prisión”. Lo cierto es que lo que surge del mundo interno de cada miembro de una pareja es el resultado de una interacción. Por ello, en los temas de dinero, el diálogo, la frecuente comunicación sobre los acuerdos y las diferencias debe ser constante.
Sobre lo tuyo, lo mío y lo nuestro. Sobre el manejo del presupuesto. Intentando una y otra vez dejar mentiras y ocultamientos por fuera del vínculo, evitando humillaciones y resentimientos, tan habituales, que por supuesto deterioran la relación. Muchas veces el diálogo se evita por la posible violencia que pueda emerger en la discusión y por el temor que provoca hablarle al otro sobre gastos que son personales.
Cuando el dinero escasea lo que aumenta en la misma proporción es la susceptibilidad; si anteriormente no hubo acuerdos, es muy posible una crisis mayor del vínculo. El que aporta suele sentirse explotado y utilizado; por su parte, el desempleado siente su orgullo afectado, al desaparecer su independencia. Muchos hombres (y mujeres) parecen confundir ganar dinero con la virilidad, rechazando que su mujer trabaje, y más aún que obtenga mayores ingresos. Confunden masculinidad o protección con la economía de la pareja. Son situaciones donde la mujer suele subestimarse y caer en total dependencia, no sólo económica. Es importante que ambos eviten sentirse vulnerados y que se hagan cargo en forma equitativa.
La discusión acerca de los gastos suele tener relación con la idea de que uno de los dos es más generoso que el otro. Acá puede montarse la lucha por el poder. Conviene una mayor flexibilidad y la responsabilidad en el manejo de lo económico es de los dos. La desigualdad puede ser atemperada en el orden de lo privado; del mismo modo, la posibilidad de que la mujer obtenga mayores ingresos no tendría por qué suponer mayor poder de ella en el vínculo. Cada miembro de una pareja deposita en el otro un ideal, más o menos consciente e inconsciente: en lo manifiesto se traduce en modos de ser, rasgos, físicos, cumplimiento de ciertas expectativas, identidades en los modos de pensar o disentir; en su trama profunda, refleja los deseos, especialmente inconscientes, sobre el juego de lo masculino y de lo femenino.
Esto se combina, en forma directa o inversa, con lo vivido en cuanto el rol asumido por los padres en esa misma temática, así como las características de actividad o pasividad. Siendo la pareja una estructura vincular en la cual convergen modelos de dos, individuales y socioculturales, en permanente interacción, es fácil que entre en crisis, poniendo a prueba el equilibrio del vínculo.
En las crisis, los cónyuges se exigen mutuamente comportarse como objeto único amparador. Ya que cada ser humano mantiene la esperanza de encontrar a aquel objeto único de la infancia, obviamente ilusorio, que le provea amparo absoluto: “El uno para el otro”. Son modalidades infantiles de interacción. En las formas más adultas hay reciprocidad, discriminación y reconocimiento de límites entre yo y el otro.
El tema del poder en la pareja parece ser una bisagra entre el dinero y el sexo. Parece que el dinero fuera un tema de poder en el hombre y el sexo lo fuera en la mujer. El traer más dinero que el otro no da derecho a anular la autonomía de la pareja, aunque lo usual es la intención de armar una relación asimétrica, desde el comienzo, lo cual incluye la idea de poder, de ser el que domina la situación. El temor parece ser que, en la simetría, la relación con ese otro nos pueda modificar. Sea de uno u otro sexo el que detenta el dinero –aunque lo más frecuente es que se halle en posesión del hombre–, el otro pierde su condición de sujeto, pasa a ser un simple objeto. Una discusión latente en las parejas es: qué es mío y qué es tuyo. A la larga, concluimos que justamente es la diferencia lo que genera el enriquecimiento te una pareja.
Alan Badiou, filósofo contemporáneo, dice que el amor es el pensamiento de la diferencia.
Rosalía Beatriz Alvarez
Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
miércoles, 4 de noviembre de 2009
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