
Las estrellas que estaban por llegar han terminado por ser jugadores de segunda, de los que no se les conoce trayectoria internacional de primer nivel. Van Rompuy es un hombre de consenso, que ha sido capaz de sembrar la paz y articular la convivencia entre las distintas identidades que belgas. Por otro lado, Lady Ashton ha sido una buena comisaria, pero apenas ha tenido tiempo para demostrar sus habilidades, puesto que tan sólo lleva un año en su puesto.
Como decía Felipe González en el diario El País el domingo pasado, el principal problema de la UE es el de la falta de voluntad política. La estructura actual - reforzada con el nuevo tratado de Lisboa - es más que suficiente para funcionar. El problema es la ausencia de empuje de los líderes europeos para actuar unidos. Su miopía nacional, que antepone las políticas domésticas al bien común europeo, amenaza la capacidad de la Unión de poder ser relevante en los tiempos que se avecinan.
Precisamente por eso ha sorprendido tanto el nombramiento de Ashton y Van Rompuy. Los retos a los que se enfrenta la Unión no son menores. Al contrario, son mayores y más complejos que nunca. La necesidad de tener una política energética común, liderar la lucha contra el cambio climático, o ser una potencia competitiva - sin dar la espalda a nuestro modelo social - son cuestiones en las que Europa deberá estar a la altura de las circunstancias, o quedará al margen.
Los líderes al frente de las instituciones son tan importantes como las instituciones mismas. Por mucho que haya mejoras con el nuevo tratado, no servirá de nada si los nuevos líderes no son capaces de aglutinar voluntades e impulsar una genuina voluntad común. Lamentablemente, la falta de experiencia internacional de alto nivel de ambos líderes no invita al optimismo, si bien ha habido casos en donde el puesto ha hecho al líder, como sucedió con Angela Merkel. Esperemos que éste sea un caso parecido y que los nuevos líderes nos sorprendan.
Carlos Carnicero
Periodista y analista político
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