40 años del primer mensaje que salió un 29 de octubre de 1969.
¡Qué año el 69! No sólo caminamos por la Luna y conquistamos el espacio exterior, sino que unos meses después, en octubre, dimos nuestro primer paso en el espacio virtual. Un pequeño paso para los científicos de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA) y del Stanford Research Institute (SRI), pero un gran paso para la humanidad.
El primer mensaje enviado por lo que en el futuro se convertiría en Internet salió a las diez y media de la noche del miércoles 29 de octubre de 1969 de la UCLA con destino al SRI. El estudiante de programación Charley Kline, supervisado por el profesor Leonard Kleinrock, cuyo trabajo matemático sería clave para el desarrollo de Internet, intentó transmitir la palabra login (registro). La L y la O llegaron bien al SRI, distante 500 kilómetros; pero al escribir la G, todo se colgó.
Una hora más tarde consiguieron hacer funcionar la recién nacida Arpanet, madre de la actual Internet, y menos de un mes después, el 21 de noviembre, la UCLA y el SRI establecieron un enlace permanente. Fue el primero de los 681 millones de nodos que tiene Internet en la actualidad. Hoy, los viajes por el espacio virtual forman parte de nuestra vida cotidiana.
Abandonamos la Luna y a veces soñamos con Marte, pero pasamos una parte importante de nuestras vidas en la Web, el chat y el e-mail. Para los más jóvenes, no hay nada de raro en esto. Es normal. Y es magnífico que sea normal. Pero para quienes vivimos la revolución desde adentro hay una verdad salvaje detrás de este aniversario. No han pasado 40 años: han pasado 400.
Estaba escrito
La computadora personal e Internet han cambiado el rumbo de la civilización. No son sólo una nueva forma de comunicarnos. O de entretenernos. No han cambiado solamente la manera en que trabajamos o nos educamos. Causaron un cambio paradigmático y no es la primera vez que una tecnología produce una revolución de esta magnitud.
En febrero de 1455, Johannes Gutenberg completó la impresión de su obra magna, la Biblia, en 42 líneas. Por eso, sostenemos que inventó la imprenta de tipos móviles, de la misma forma que decimos que en octubre de 1969 nació Internet.
Es en realidad mucho más complejo. En un mundo donde las obras escritas se copiaban a mano, Gutenberg inventó el libro en serie, arrancó la manzana prohibida de gabinetes celosamente guardados y nos trajo la alfabetización, las ciencias y la democracia. Sentó las bases sobre las que se edificó la civilización moderna, y luego de 50 años, hacia 1505, cuando ya se habían impreso en Europa unos 9 millones de volúmenes, el mundo marchaba hacia una transformación completa.
El invento de Gutenberg fue prometeico. Le permitió a la humanidad reescribir su futuro, y en los siglos siguientes pasaríamos de la sanguijuela a la tomografía computada, de la brujería a la enciclopedia, de la opresión a las urnas gracias a una sola y simple idea: que todos tenemos derecho a leer y escribir.
Durante 500 años cosechamos los frutos de esa revolución.
Atraso en casa
Pero la siembra no había sido uniforme, ni podría haberlo sido.
Para fines del siglo XX teníamos rayos X, televisión color y jets de pasajeros. Pero en nuestras casas, en el reino de la persona común, la tecnología más avanzada para producir nuestras propias obras era la máquina de escribir, un invento patentado en 1867.
Así que el calendario de la mayoría de nosotros atrasaba más de un siglo.
Podíamos ver televisión durante horas, pero ni se nos ocurría transmitir nuestros propios contenidos. Y nos parecía normal. Después de todo, ¿para qué podría una persona común querer una computadora y una red para hacer broadcasting de sus ideas? El mismo planteo que le habían hecho a Gutenberg: ¿para qué querría la gente leer?
Una revolución tras otra
En cascada, con unos diez años de diferencia, la irrupción de la computadora personal y las conexiones públicas con Internet sacudirían la sociedad desde los cimientos. Como 500 años antes se nos había concedido el libro, llegaban ahora a nuestras manos el poder de cómputo y la posibilidad de publicar sin fronteras a costos irrisorios.
Por 50 centavos de dólar la hora de locutorio, sin necesitar siquiera una PC, incluso desde un celular, cualquier persona que sepa leer y escribir puede hoy acceder a una audiencia potencial de casi 2000 millones de seres humanos.
Los teléfonos se despegaron de los domicilios, se volvieron móviles y se conectaron también a la gran Red. Hoy suman 4000 millones en el mundo. Cada uno es una computadora de bolsillo más potente que los centros de cómputo de la década del 70.
Eso cambió todo para siempre. El experimento que la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de los Estados Unidos puso en marcha esa noche de octubre de 1969 nos hace ver los tiempos previos a la Red como si fueran la Edad Media. No sólo porque los teléfonos pesaban dos kilos y las cartas tardaban una semana en llegar, sino porque no teníamos voz, porque estábamos condenados al zapping, porque la historia nos consultaba muy de vez en cuando y con demasiada frecuencia hacía caso omiso de lo que pensábamos.
El 29 de octubre de 1969 quedará asentado en los libros de historia con el mismo trazo intenso que febrero de 1455.
Ese mínimo mensaje transmitido a 500 kilómetros de distancia marcó la divisoria de aguas entre una época en que la libertad de expresión era una noble abstracción a los tiempos actuales, cuando la practicamos a diario en más de 100 millones de blogs, en los 14 millones de artículos de Wikipedia, en los 350 millones de perfiles de Facebook, en las 15.000 millones de fotos almacenadas en YouTube, en los 247.000 millones de mensajes de correo electrónico que circulan cada día por la Red.
Pese a sus riesgos y rincones oscuros, pese a la ansiedad que provocan los grandes cambios, pese al spam, los virus y las estafas virtuales, los 40 años de Arpanet nos recuerdan que, cuando se nos da la posibilidad, las personas comunes hacemos un mundo mejor. Si creamos maravillas con el libro, ¿qué no haremos con las computadoras e Internet?
El futuro es incierto, como cada vez que se produce un cambio de paradigma. A la vez, ocurre que no se concibe el mundo moderno sin Internet, pero su existencia plantea desafíos inéditos en la historia de la civilización. No son menos inéditas las poderosas herramientas que estas tecnologías han traído a nuestras vidas cotidianas.
De la red intergaláctica a la Internet de hoy
• Fue el científico de la computación Joseph Licklider quien, en 1962, plasmó las primeras ideas sobre una red de computadoras en su serie de informes titulada Intergalactic Computer Network. Licklider pintó allí un retrato casi perfecto de la actual Internet. Pero se necesitarían muchos pasos para hacerla realidad. El primero fue la creación de la red de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de Estados Unidos (ARPA, por sus siglas en inglés), o Arpanet. Esta red experimental, que envió su primer mensaje el 29 de octubre de 1969, pasaría a llamarse Internet el 1° de enero de 1983.
Ariel Torres
¡Qué año el 69! No sólo caminamos por la Luna y conquistamos el espacio exterior, sino que unos meses después, en octubre, dimos nuestro primer paso en el espacio virtual. Un pequeño paso para los científicos de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA) y del Stanford Research Institute (SRI), pero un gran paso para la humanidad.
El primer mensaje enviado por lo que en el futuro se convertiría en Internet salió a las diez y media de la noche del miércoles 29 de octubre de 1969 de la UCLA con destino al SRI. El estudiante de programación Charley Kline, supervisado por el profesor Leonard Kleinrock, cuyo trabajo matemático sería clave para el desarrollo de Internet, intentó transmitir la palabra login (registro). La L y la O llegaron bien al SRI, distante 500 kilómetros; pero al escribir la G, todo se colgó.
Una hora más tarde consiguieron hacer funcionar la recién nacida Arpanet, madre de la actual Internet, y menos de un mes después, el 21 de noviembre, la UCLA y el SRI establecieron un enlace permanente. Fue el primero de los 681 millones de nodos que tiene Internet en la actualidad. Hoy, los viajes por el espacio virtual forman parte de nuestra vida cotidiana.
Abandonamos la Luna y a veces soñamos con Marte, pero pasamos una parte importante de nuestras vidas en la Web, el chat y el e-mail. Para los más jóvenes, no hay nada de raro en esto. Es normal. Y es magnífico que sea normal. Pero para quienes vivimos la revolución desde adentro hay una verdad salvaje detrás de este aniversario. No han pasado 40 años: han pasado 400.
Estaba escrito
La computadora personal e Internet han cambiado el rumbo de la civilización. No son sólo una nueva forma de comunicarnos. O de entretenernos. No han cambiado solamente la manera en que trabajamos o nos educamos. Causaron un cambio paradigmático y no es la primera vez que una tecnología produce una revolución de esta magnitud.
En febrero de 1455, Johannes Gutenberg completó la impresión de su obra magna, la Biblia, en 42 líneas. Por eso, sostenemos que inventó la imprenta de tipos móviles, de la misma forma que decimos que en octubre de 1969 nació Internet.
Es en realidad mucho más complejo. En un mundo donde las obras escritas se copiaban a mano, Gutenberg inventó el libro en serie, arrancó la manzana prohibida de gabinetes celosamente guardados y nos trajo la alfabetización, las ciencias y la democracia. Sentó las bases sobre las que se edificó la civilización moderna, y luego de 50 años, hacia 1505, cuando ya se habían impreso en Europa unos 9 millones de volúmenes, el mundo marchaba hacia una transformación completa.
El invento de Gutenberg fue prometeico. Le permitió a la humanidad reescribir su futuro, y en los siglos siguientes pasaríamos de la sanguijuela a la tomografía computada, de la brujería a la enciclopedia, de la opresión a las urnas gracias a una sola y simple idea: que todos tenemos derecho a leer y escribir.
Durante 500 años cosechamos los frutos de esa revolución.
Atraso en casa
Pero la siembra no había sido uniforme, ni podría haberlo sido.
Para fines del siglo XX teníamos rayos X, televisión color y jets de pasajeros. Pero en nuestras casas, en el reino de la persona común, la tecnología más avanzada para producir nuestras propias obras era la máquina de escribir, un invento patentado en 1867.
Así que el calendario de la mayoría de nosotros atrasaba más de un siglo.
Podíamos ver televisión durante horas, pero ni se nos ocurría transmitir nuestros propios contenidos. Y nos parecía normal. Después de todo, ¿para qué podría una persona común querer una computadora y una red para hacer broadcasting de sus ideas? El mismo planteo que le habían hecho a Gutenberg: ¿para qué querría la gente leer?
Una revolución tras otra
En cascada, con unos diez años de diferencia, la irrupción de la computadora personal y las conexiones públicas con Internet sacudirían la sociedad desde los cimientos. Como 500 años antes se nos había concedido el libro, llegaban ahora a nuestras manos el poder de cómputo y la posibilidad de publicar sin fronteras a costos irrisorios.
Por 50 centavos de dólar la hora de locutorio, sin necesitar siquiera una PC, incluso desde un celular, cualquier persona que sepa leer y escribir puede hoy acceder a una audiencia potencial de casi 2000 millones de seres humanos.
Los teléfonos se despegaron de los domicilios, se volvieron móviles y se conectaron también a la gran Red. Hoy suman 4000 millones en el mundo. Cada uno es una computadora de bolsillo más potente que los centros de cómputo de la década del 70.
Eso cambió todo para siempre. El experimento que la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de los Estados Unidos puso en marcha esa noche de octubre de 1969 nos hace ver los tiempos previos a la Red como si fueran la Edad Media. No sólo porque los teléfonos pesaban dos kilos y las cartas tardaban una semana en llegar, sino porque no teníamos voz, porque estábamos condenados al zapping, porque la historia nos consultaba muy de vez en cuando y con demasiada frecuencia hacía caso omiso de lo que pensábamos.
El 29 de octubre de 1969 quedará asentado en los libros de historia con el mismo trazo intenso que febrero de 1455.
Ese mínimo mensaje transmitido a 500 kilómetros de distancia marcó la divisoria de aguas entre una época en que la libertad de expresión era una noble abstracción a los tiempos actuales, cuando la practicamos a diario en más de 100 millones de blogs, en los 14 millones de artículos de Wikipedia, en los 350 millones de perfiles de Facebook, en las 15.000 millones de fotos almacenadas en YouTube, en los 247.000 millones de mensajes de correo electrónico que circulan cada día por la Red.
Pese a sus riesgos y rincones oscuros, pese a la ansiedad que provocan los grandes cambios, pese al spam, los virus y las estafas virtuales, los 40 años de Arpanet nos recuerdan que, cuando se nos da la posibilidad, las personas comunes hacemos un mundo mejor. Si creamos maravillas con el libro, ¿qué no haremos con las computadoras e Internet?
El futuro es incierto, como cada vez que se produce un cambio de paradigma. A la vez, ocurre que no se concibe el mundo moderno sin Internet, pero su existencia plantea desafíos inéditos en la historia de la civilización. No son menos inéditas las poderosas herramientas que estas tecnologías han traído a nuestras vidas cotidianas.
De la red intergaláctica a la Internet de hoy
• Fue el científico de la computación Joseph Licklider quien, en 1962, plasmó las primeras ideas sobre una red de computadoras en su serie de informes titulada Intergalactic Computer Network. Licklider pintó allí un retrato casi perfecto de la actual Internet. Pero se necesitarían muchos pasos para hacerla realidad. El primero fue la creación de la red de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de Estados Unidos (ARPA, por sus siglas en inglés), o Arpanet. Esta red experimental, que envió su primer mensaje el 29 de octubre de 1969, pasaría a llamarse Internet el 1° de enero de 1983.
Ariel Torres
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