sábado, 17 de octubre de 2009

Corsarios de nuestra Independencia: Bouchard, el guerrero olvidado (Iº Parte)


El capitán Hipólito Bouchard nunca fue un hombre de suerte. Fue marino, corsario y hasta granadero de San Martín. Pero si no fuera porque fue el primer argentino en dar la vuelta al mundo (y peleando), o hubiera ocupado Monterrey (hoy Estados Unidos) durante una semana, sería apenas el-de-la-calle-del-Luna-Park. Aún así, los argentinos seguimos sabiendo muy poco sobre este hombre notable.

El hombre bien pudo dedicarse a fabricar corchos, como su padre. Hubiera sido una vida previsible y ordenada en el bello sur de Francia. Pero no. A los 18, se enroló en la Armada de su país y desde entonces su vida quedó aferrada al mar.
Luchó en Egipto a las órdenes de Napoleón, pero luego fue enviado a aplastar la revolución libertaria de los negros haitianos. Las masacres en América de “su” Francia lo forzaron a otros caminos. Se radicó un tiempo en los Estados Unidos y luego emigró al Río de la Plata en 1809, donde ya se horneaba una revolución.

De ideas republicanas, la Junta lo nombró como segundo al mando de la improvisada primera flota nacional, derrotada en San Nicolás en febrero de 1811. Pudo ser el final de Bouchard, porque él mismo quiso volar la santabárbara de su nave, al ver que su propia gente abandonaba la lucha. Al hombre nunca le faltó valor. En 1812 se integró como teniente de los Granaderos a Caballo y participó en San Lorenzo, donde capturó la bandera realista. (Ver Parte del Combate...). En premio a su valor, la Asamblea le concedió la ciudadanía de las Provincias Unidas.

Una guerra privada.

Aunque cuando se habla de corsarios, se suele pensar en europeos, la actividad corsaria fue muy importante en la Guerra de la Independencia. Y en especial, luego de la victoria de Brown en Montevideo en 1814, cuando el país abandonó la idea de tener una flota del Estado. En 1815, Bouchard a bordo de la corbeta Halcón integró la escuadra corsaria al mando de Brown que atacó El Callao y Guayaquil. La nave privada fue un emblema de la extraña mezcla de la vida corsaria en la que convivieron —no sin problemas- accionistas de la empresa con oficiales y soldados de la causa.


Los corsarios Brown y Bouchard se encontraron en isla Mocha, al sur de Chile, luego de que casi todos naufragaran durante una feroz tempestad en el cruce del cabo de Hornos. En la ruta al Perú, apresaron dos naves españolas y luego comenzaron un bloqueo y bombardeo a El Callao, el principal puerto español en América de Sur. A pesar de los agujeros recibidos, la expedición comenzó a ofrecer buenas ganancias con la captura de otras dos importantes presas, las fragatas Candelaria y Consecuencia. Sin nada ya que ganar en Perú, la escuadra privada partió al norte rumbo a Guayaquil.


Brown quería tomar la ciudad y Bouchard cazar barcos. Por eso, cuando Brown y 40 hombres fueron capturados por los realistas en el intento, los corsarios tuvieron que desprenderse de casi todas las presas para pagar su rescate. Y con ello, la siempre difícil relación entre Brown y Bouchard se quebró en medio de insultos y reproches. Ambos hicieron las cuentas en las Galápagos y luego cada uno siguió por su camino. Bouchard incluso le cedió su nave a Brown a cambio de conservar su nuevo amor: la fragata Consecuencia, rebautizada más tarde como La Argentina. Con ella haría historia.

Pensando en grande. Bouchard tenía en mente una campaña enorme. Quería instalarse en la activa ruta comercial que unía a España con las Filipinas y luego cruzar todo el Pacífico para atacar cada puerto desde México hasta Chile. Un verdadero viaje de guerra alrededor del mundo.


Se reclutaron 180 hombres y se contrataron oficiales que no fueran accionistas de la empresa para no alterar la cadena de mandos. Ahora, la plana mayor de La Argentina quedó monopolizada por un francés y siete apellidos ingleses: Sommers; Sheppard, Thompson, Oliver, Miller, Burges y Greyssac. Entre “los de arriba”, el oriental José María Píriz, jefe de los soldados, y el teniente Tomás Espora (de 17 años) quedaron como los únicos americanos. Entre “los de abajo” la tripulación quedó –como siempre- conformada por gente de adentro y de las afueras de la ley llegados de todas partes.

Bouchard zarpó el 9 de julio de 1817, lleno de ambiciones de gloria, y con una copia del Acta del Independencia. La Argentina. Navegó hacia el cabo de Buena Esperanza en busca de los navíos de la Compañía de Filipinas, pero la llamativa ausencia de veleros españoles lo indujo a hacer una escala en Tamatave, un puerto de la costa oriental de Madagascar. Allí se produjo un extraño episodio. Un oficial británico se presentó a Bouchard para pedirle apoyo y evitar que zarpen cuatro buques negreros allí anclados. El corsario accedió y se sostuvo diez días en ese rincón africano hasta la llegada un navío inglés que continuaría con el cometido. Después de este suceso, La Argentina levó anclas, no sin antes apropiarse del armamento y los víveres de los traficantes.

Lo que faltaba. La nave retomó el rumbo nordeste, pero durante el trayecto se desató una tremenda epidemia de escorbuto. Precisamente en el estrecho del Sonda (separa a Java de Sumatra), el sacerdote y cirujano, Bernardo Copacabana, ensayó un inusual procedimiento de cura: hizo enterrar hasta el cuello a los enfermos en la playa para que los cuerpos “recobraran las sustancias perdidas durante la travesía”. Más de 30 hombres murieron en una sola noche. Un desastre que anunciaría a otro, tan cercano como inesperado, en los peligrosos mares de Indonesia.

La región estaba plagada de piratas locales que se movían en ágiles praos a remo. En la mañana del 7 de diciembre, el vigía avistó cinco de estas naves y horas más tarde los piratas indonesios se lanzaron al abordaje de La Argentina. La ya maltrecha tripulación debió soportar un combate cuerpo a cuerpo en su propia cubierta de la que –a duras penas- salieron airosos. Un consejo de guerra juzgó sumariamente a los prisioneros y todos –salvos los más jóvenes- fueron sentenciados a muerte. La ejecución también fue extraña: se cañoneó a la nave pirata con su gente amarrada a bordo. Hasta hundirla.

Tras seis meses de penurias, La Argentina llegó el 31 de enero de 1818 a las proximidades de Manila (Filipinas). Durante los dos meses siguientes apresaría y hundiría a 16 mercantes. Pero un tifón y su resaca los sacó para siempre del Mar de la China. Fue así que Bouchard decidió un enorme regreso a América a través de todo el Pacífico.

Una incidental escala en Hawai haría historia.

(Continuará)

Daniel Cichero

Periodista y escritor.


Parte de batalla en San Lorenzo
(...) Los enemigos hicieron no obstante una esforzada resistencia sostenida por los fuegos de los buques, pero al no capaz de contener el intrépido arrojo con que los granaderos cargaron sobre ellos sable en mano (...) se replegaron en fuga a las bajadas dejando en el campo de batalla 40 muertos, 14 prisioneros de ellos, 12 heridos (...) 2 cañones, 40 fusiles, 4 bayonetas, y una bandera que pongo en manos de V.E. que la arrancó con la vida al abanderado el valiente oficial D. Hipólito Bouchard (...).

San Lorenzo, febrero 3 de 1813

Cnel. José de San Martín

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