miércoles, 21 de octubre de 2009

Corsarios de la Independencia: Bouchard, el guerrero olvidado (2ª Parte)



El capitán Hipólito Bouchard nunca fue un hombre de suerte. Fue marino, corsario y hasta granadero de San Martín. Pero si no fuera porque fue el primer argentino en dar la vuelta al mundo (y peleando), o hubiera ocupado Monterrey (hoy Estados Unidos) durante una semana, sería apenas el-de-la-calle-del-Luna-Park. Aún así, los argentinos seguimos sabiendo poco sobre este hombre notable.

Argentinos en el paraíso.

El 17 de agosto de 1818, La Argentina entró en la bahía de Kealakekúa, en la mayor de las islas del reino independiente de Hawai. Y allí ocurrió una sorpresa descomunal. En las mansas aguas de la bahía habitaba una corbeta de guerra que… ¡provenía de Buenos Aires! Era la Santa Rosa (o Chacabuco), otra nave corsaria, pero cuya tripulación se había amotinado en el norte de Chile.
Después de innumerables peripecias, la nave porteña había terminado con su gente en esas islas del paraíso. Claro, los tripulantes se adaptaron rápido a la buena vida e incluso vendieron la corbeta de guerra al rey hawaiano. Todos —sin excepción- pensaban que la guerra contra España, sencillamente, había terminado. Pero los amotinados de la Santa Rosa no eran hombres de suerte. Una casual escala por víveres y agua, hizo que La Argentina iniciara una verdadera cacería humana para recapturarlos.


Para recuperar el barco y apresar a los desertores en Hawai, Bouchard debió reunirse con su Rey, Kamehameha Iº. Durante el encuentro, (se celebró en el Palacio Real), Bouchard demandó la devolución de la corbeta. Hubo regateos por la nave y también por la ayuda local en la captura de los ¨corsarios residentes¨, pero también se cree que en aquella ocasión se firmó un verdadero Acuerdo de Paz y Comercio hawaiano-argentino, lo que lo convertiría en el primer reconocimiento internacional a la independencia de las Provincias Unidas.


Con el apoyo del rey hawaiano, Bouchard emprendió la búsqueda de los desertores dispersos entre todas las islas. Y cuando finalizó, fusiló en la playa a uno de sus cabecillas.
Tras reaprovisionarse de víveres y contratar a ochenta hawaianos como nuevos tripulantes, la escuadra corsaria —ahora de dos naves- partió rumbo a la Alta California, una tierra salpicada de misiones franciscanas españolas, que hoy forma parte de los Estados Unidos.

Otra vez en América.

Bouchard pensaba caer por sorpresa en la Misión de Monterrey, pero los californianos ya habían sido alertados. El gobernador militar Pablo Vicente Solá incluso había tenido tiempo para comprar cañones a un traficante estadounidense para defender mejor al fuerte y el puerto.


El corsario del Plata determinó atacar con la corbeta Santa Rosa. Al mando del oficial Sheppard, la nave intentó introducirse en la bahía durante la noche, pero en un derroche de mala suerte, el viento los abandonó justo a los pies del fuerte que guardaba la boca de la bahía. Al amanecer, y ya sin sorpresa, la nave argentina abrió fuego, pero tras quince minutos de combate la corbeta debió rendirse llena de heridos y cadáveres.


Un desastre. Bouchard sólo atinó a ganar tiempo enviando a parlamentar a su cura-cirujano con el jefe realista. Y en esa misma noche, decidió el rescate de todos los hombres de la Santa Rosa y su traslado a La Argentina.


En la madrugada del 24 de noviembre de 1818, unos 200 hombres, armados con fusiles y lanzas volvieron a intentar un desembarco —esta vez desde los botes- y tras una hora de lucha pudieron izar la bandera nacional en el patio del fuerte.
Monterrey fue tomada durante seis días y los corsarios mataron el ganado, requisaron casa por casa y quemaron el fuerte y las propiedades de los peninsulares. Sin embargo, a rajatabla, se respetaron las haciendas de los americanos y de la Iglesia.

Rumbo al sur.

El peregrinaje de las naves argentinas continuó hacia las misiones de Santa Bárbara y San Juan de Capistrano (fue saqueada y destruida). Atacaron San Blas y espiaron la situación en Acapulco, pero allí no encontraron presas. Siguieron viaje a Sonsonate (El Salvador) y El Realejo (hoy Nicaragua), donde Bouchard escribiría una de las páginas militares más importantes al enfrentar sólo desde dos botes a los barcos defensores. Los argentinos incorporaron allí otras dos nuevas naves con lo que Bouchard se convirtió en el comandante de una verdadera flota corsaria.
Con los bolsillos rebosantes y a casi dos años de haber zarpado de Buenos Aires, el francés ordenó el regreso a Chile. Estaba decidido a colaborar en la campaña libertadora en el Perú de su ex jefe en el Regimiento de Granaderos.

La extraña bienvenida. El 9 de julio de 1819, Bouchard fondeó en Valparaíso. Sin embargo, la llegada de una expedición brillante trasmutó en una fiera sorpresa. Fue acusado de piratería y arrestado por decisión del almirante Cochrane. El inglés tomó la fragata La Argentina durante esa misma noche con el único motivo de “recaudar” para pagar los sueldos a su gente. La prisión del corsario se extendió hasta diciembre, cuando (por presión de San Martín y O’Higgins) se logró que las naves fueran devueltas, aunque ya desarmadas. Pero todo el dinero y todas las mercancías tomadas durante los dos años de expedición, jamás fueron reintegrados. Era la ruina total.


Para 1822, “su” fragata ya estaba podrida y, ya sin dinero, el velero con que diera la vuelta al mundo, terminó desguazado y vendido como leña.
Ya nada torcería su destino oscuro. Con el tiempo, el gobierno peruano le ofreció una finca en Nazca en pago por sus deudas. Y allí el hombre se puso a fabricar aguardiente. También allí, en su pequeño feudo, terminaría asesinado por uno de sus peones. Nunca quedó claro si fue por los malos tratos (a los que siempre fue afecto), por alguna deuda pendiente o por algún lío de polleras.


Su memoria se esfumó, y hasta su cuerpo quedó perdido. Después de 129 años de ser un olvidado más en una tumba sin nombre, pudo volver a Buenos Aires. Pero todo eso ocurrió recién en 1962. Y apenas alcanzó para que se convirtiera en ¨el-de-la-calle-del-Luna-Park¨.

Recuadro: Corsarios argentinos en el mundo
Controladas las aguas del Plata y los ríos interiores, el Directorio decidió abrir una guerra corsaria contra España en todos los mares del mundo. De los 70 u 80 corsarios que portaban la azul y blanca hacia 1818, unos cuarenta fueron armados en Buenos Aires, el resto lo fue en Baltimore merced a las gestiones de nuestros representantes en los Estados Unidos. Los corsarios estadounidenses con bandera argentina fueron especialmente activos en el Caribe y en las propias aguas españolas.
Las tripulaciones, en muchos casos, estaban constituidas por aventureros, presos, voluntarios y desertores. Pero también solían incorporarse soldados regulares del Estado. Tal fue el caso de las expediciones corsarias de Bouchard.

Daniel Cichero

Periodista y escritor.

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