martes, 20 de octubre de 2009

El auge del insulto en Argentina


La invitación pública de Diego Maradona a sus detractores para que
practiquen con el ídolo el sexo oral terminó, más allá de sus
connotaciones psicoanalíticas, convirtiéndose en el árbol que tapó el
bosque del malentendido. Una parte de la sociedad se escandalizó como
si fuera un episodio excepcional, una imagen fuera de foco de un
ambiente flemático.
Mientras una amplia comitiva de escritores acompañaba en Fráncfort la
presentación de Argentina como «invitada de honor» de la Feria del
Libro de 2010, lingüistas y especialistas en la comunicación señalaban
en Buenos Aires que el estilo de hablar maradoniano se estaba
expandiendo peligrosamente por diversos estratos de la sociedad.
Pocos días antes de que el exastro pidiera que se la «mamaran», un
senador del peronismo disidente, el expiloto de F-1 Carlos Reutemann,
había ganado las portadas de los diarios con declaraciones sobre su
futuro como aspirante a la presidencia: «Que se metan la candidatura
en el medio del culo».
Al mismo tiempo, una jueza de la ciudad de
Buenos Aires, Rosa Elsa Parrilli, era filmada por las cámaras de una
oficina de tránsito mientras insultaba a dos empleadas y les exigía
que le devolvieran su auto secuestrado por haber sido mal estacionado.
«Son todas morochas, ni una rubia contratan», fue lo más amable que
les dijo.

Martín Menéndez, doctor en Lingüística y también docente de la
Universidad de Buenos Aires (UBA) advierte de que «está tan
naturalizada la agresividad que en cualquier hecho intercambiamos
palabras violentas». La crispación se detecta en los momentos más
elementales de lo cotidiano. «¿Quién le pide amablemente un café al
camarero?», se pregunta.


La palabra como arma
Para María Elena Qués, una especialista en Discurso Político de la
UBA, lo que está ocurriendo con la palabra no es un hecho casual. «El
lenguaje se convirtió en el arma que dispara el conflicto», le dijo al
diaro Clarín. Los ejemplos recientes abundan. Luis Juez, un popular
político de la provincia de Córdoba, dirigió a un excompañero términos
poco usuales. Cuando quisieron saber por tan súbita dureza respondió:
«He sido suave». El dirigente agropecuario Alfredo de Angelis, uno de
los líderes campesinos, calificó al expresidente Néstor Kirchner de
«pelotudo» (imbécil) por considerar desestabilizadores los bloqueos de
carreteras.


Fue precisamente en medio de ese conflicto cuando el insulto se
convirtió en el lugar común de la disputa por la renta agraria. En los
piquetes y las marchas opositoras, la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner era llamada «yegua» y «puta» por los grupos más exasperados.


«¿De dónde nace esta tendencia a adjetivar con tanta virulencia a la
presidenta?», se preguntó en las páginas del diario La Nación la
escritora Mori Ponsowy, que añadía: «¿Será, simplemente, que ella
misma lo provoca con su estilo autoritario y de confrontación?».


«Función liberadora»
En Argentina hay palabras cuyo sentido cambia según el contexto del
diálogo. «Piedra», por ejemplo, puede ser un agravio (una persona que
trae mala suerte, portadora de fatalidades). En cambio, «boludo»
(gilipollas) tiene aquí un uso coloquial, casi equivalente al del
vocativo «che».


El vasto repertorio de expresiones y modismos ha sido recopilado en
Puto el que lee, diccionario de insultos argentinos, un libro editado
por Barcelona, la más corrosiva de las revistas políticas de este
país. Para sus autores, el insulto tiene aquí una «función liberadora»
de tensiones y resulta indispensable a la hora de saldar conflictos.


En sus cientos de páginas, cada improperio, omitido en todos los
libros de la Academia Argentina de Letras, encuentra su definición,
explicación y uso.


El lugar del insulto en el habla diaria es, sin embargo, algo más que
una válvula de escape emocional y una suerte de «lengua franca»
televisiva. Se escucha con fuerza en momentos de creciente deserción
escolar. El abandono alcanza a la mitad de los alumnos de la escuela
secundaria de este país.
La palabra no solo se devalúa aquí en momentos de extrema exaltación.
Es el mismo país donde no dejan de surgir nuevos referentes de la
literatura hispanoramericana y donde un presidente constitucional,
Carlos Menem, recomendaba las inexistentes novelas de Jorge Luis
Borges.

Abel Gilbert

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