Aprovechan redes criminales la falta de control sobre el multimillonario mercado del balompié.
El deporte más popular del mundo fue tocado por la delincuencia organizada. La industria que gira en torno al futbol es utilizada por las redes criminales que buscan la forma de blanquear las ganancias del tráfico de drogas o el producto de la evasión de impuestos, aseguró un grupo en el que participan los gobiernos de 34 países encargado de diseñar acciones para combatir el lavado de dinero. El fútbol dejó de ser sólo un deporte popular para convertirse en una industria mundial con creciente impacto económico. Se ha convertido en un negocio multimillonario, globalizado, en el que los principales protagonistas, los jugadores, van de un continente a otro con contratos estratosféricos en la bolsa y en el que la propiedad de los equipos no es siempre del todo clara. Es lo que afirma el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI), órgano intergubernamental formado en 1989 en el seno de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) para tratar de evitar que el sistema financiero internacional sea usado por grupos de la delincuencia para blanquear sus ganancias. Los jefes de estas organizaciones buscan en el fútbol no sólo lavar dinero. El reporte del GAFI dice que también tratan de ganar prestigio social. Un deporte popular puede ser la manera en que los criminales se conviertan en celebridades, al asociarse con gente famosa, y de esta manera logran escalar hacia los círculos de poder dentro de las sociedades, menciona.
Un antiguo cronista decía respecto del beisbol, cuando en ese deporte menudeaban los contratos millonarios, que era demasiado deporte para ser negocio y demasiado negocio para ser deporte. Ahora en las grandes ligas del fútbol cualquier cheque de menos de seis ceros es considerado poca cosa. La conversión de ese deporte en una industria global, como la califica el GAFI, ha hecho crecer su popularidad, su rentabilidad y lo ha hecho vulnerable a ser penetrado por la delincuencia organizada.
Es difícil llegar a una cifra sobre el dinero que se mueve en torno al fútbol en el mundo. El reporte del GAFI menciona que en Europa, donde hoy por hoy se pagan los salarios más altos a los jugadores, el mercado del balompié mueve recursos por unos 13 mil 800 millones de euros al año, unos 20 mil millones de dólares. De esa cantidad, una tercera parte es usada para pagar los salarios de futbolistas y directivos en las cinco principales ligas de Europa: la Premier, de Inglaterra; la Bundesliga alemana; la liga española; la Serie A, de Italia, y la Liga 1, de Francia.
El mercado del fútbol en Europa mueve una suma que, para efectos comparativos, equivale a 2 por ciento del PIB de México o a la mitad de lo que el Estado mexicano destina al gasto en educación.
Los autores del reporte se guardan de identificar a clubes o personas, pero sí afirman que hay casos confirmados de lavado de dinero. Mencionan que en el crecimiento del deporte, en su internacionalización y en el aumento de su popularidad (la final de la Copa del Mundo de 2006 fue vista por mil millones de personas, 15 por ciento de la población mundial) se gestaron las vulnerabilidades que hacen que esa actividad, practicada por 250 millones de personas en el mundo, haya crecido sin regulaciones que evitaran que fuera usada por la delincuencia organizada.
Algunos de los puntos débiles en la defensa del deporte contra el dinero sucio pueden hallarse en que en las ligas profesionales se mueven grandes cantidades de dinero, tanto en efectivo como a través de operaciones financieras desde paraísos fiscales. También influye el hecho de que por la transferencia de un jugador se pagan sumas irracionales, fuera de toda norma. Tanto por el descubrimiento y como por el posterior entrenamiento de jóvenes con talento se mueven, dice, sumas incontrolables.
Los altos montos que los equipos pagan por los jugadores han vuelto a los clubes financieramente dependientes. Esa fragilidad los hace vulnerables al lavado de dinero. Cita el caso de un equipo francés que durante toda la temporada estuvo en números rojos y que al final del torneo tenía ganancias, cuyo origen eran pagos de varias empresas al club. En Bélgica, una escuadra en apuros económicos aceptó una oferta de inversión de un grupo empresarial sudamericano que ya tenía antecedentes de haber ayudado a otros equipos. Cuando autoridades comenzaron a hacer preguntas, los inversionistas sudamericanos se esfumaron.
Menciona otro caso que es investigado por el GAFI. Un equipo latinoamericano con grandes deudas, identificado como País Z firmó un contrato de administración con un fondo de inversiones constituido en un paraíso fiscal. El acuerdo consistía en que el fondo de inversiones cancelaría deudas del club. El cuadro del País Z adquirió a un jugador, identificado como Ito a un equipo en Argentina por 20 millones de dólares. El dinero nunca entró a territorio argentino, ni fue notificado a las autoridades fiscales de ese país. Poco se sabe del origen de los fondos o de la cuenta en que fueron depositados después de completada la transacción. Un caso típico, dice, de lavado de dinero.
Con la creciente importancia económica de los deportes en las últimas dos décadas, incluido el aumento de las ganancias que genera la actividad deportiva profesional y amateur, el dinero tiene cada vez más influencia en el mundo de los deportes.
Los flujos de grandes sumas de dinero han tenido influencias positivas en el crecimiento de la actividad deportiva, pero también consecuencias negativas, indica. El fútbol, considera, es un caso claro de los efectos perniciosos de que se muevan grandes sumas de dinero en torno a la actividad. Hay multitud de accionistas en los equipos, diferentes tipos de figuras legales bajo las que funcionan los clubes, los cuales tienen cada vez mayores necesidades de dinero, especialmente para cubrir las transferencias de jugadores de un país a otro o de un equipo a otro. No hay control sobre los origenes o destinos de los pagos y las sumas que se negocian en los contratos están fuera de toda racionalidad, asegura.
Roberto González Amador
sábado, 4 de julio de 2009
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