A propósito de las inminentes rememoraciones del bicentenario, vale la pena celebrar una reciente publicación de la Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, a cargo del filósofo Diego Tatián: la compilación de las actas y monografías del Primer Congreso Femenino Internacional, realizado en Buenos Aires, en 1910.
¿Por qué celebrarlo? Porque es la memoria textual de la primera iniciativa programática del feminismo en nuestro país y la marca de una agitación internacionalista que permitió discutir entonces las formas patrióticas masculinistas de interpretación y proyección de aquel centenario y, por tanto, de la fundación misma de la nación. De modo que esta historia puede leerse también en contrapunto con el encuentro promovido por el gobierno y el Consejo Nacional de la Mujer, realizado también en mayo, bajo el título Congreso Patriótico de Mujeres: una suerte de oda a la contribución femenina a favor de los valores nacionalistas. Dos congresos, entonces, que disputaban la interpelación de una “subjetividad femenina emergente”.
El Congreso de las feministas, el primero en realizarse en la “América Española”, según sus impulsoras, reúne nombres pioneros: Julieta Lanteri, Cecilia Grierson, las hermanas Ernestina y Elvira López, Elvira Rawson, Sara Justo, Alicia Moreau y Carolina Muzzilli, entre muchísimas otras. Todas ellas participantes de organizaciones tales como el Centro de Universitarias Argentinas, el centro Socialista Femenino, el Centro Feminista y la Liga de Mujeres Librepensadoras. Además se destacan algunas invitadas internacionales: de Chile, Uruguay, Paraguay, Perú, España e Italia. Su sentido inaugural se percibe en los lenguajes cargados de promesas de las oradoras: invocan a la mujer del futuro, al mismo tiempo que pretenden forjarla ahí mismo, desde sus invectivas. Y animarla, darle voz, con sus esfuerzos expositivos.
El título del congreso, atendiendo a la moderación, se refiere a lo femenino; de todos modos, varias conferencistas se encargan de introducir el vocablo feminismo, aun si lo hacen para delimitarlo y conjurar suposiciones de extremismo, y finalmente asociarlo a un humanismo igualitarista. A esto se debe que, si hay un tema central que recorre las intervenciones, sea el de la educación de las mujeres (y su correlato evidente: la educación de los niños/as). Aun si muchas de las ponencias se encargan de aclarar que la instrucción femenina nada tiene que ver con la “lucha de sexos” –es decir: intentan desmentir que una mayor formación intelectual dote de mayor agresividad a las mujeres–, su centralidad se debe a que les permite imaginar una solución a las diferencias jerárquicas de destrezas, de ocupaciones y de progresos individuales. Otro plano común de las argumentaciones –y que refuerza al anterior– puede situarse en el maternalismo, que entronca con una defensa de los valores familiares. Y de nuevo en este tema, insiste la advertencia de que un fortalecimiento de la independencia femenina no pondría en peligro la institución nuclear de la sociedad. Sin embargo, la cuestión del derecho al voto y la ley de divorcio vincular también son discutidas en aquellos días con pasión. En este sentido, estas actas dan muestra de haber funcionado como cantera de posteriores –aun si demoradas– reformas jurídicas e institucionales.
La mayoría de sus participantes provienen de las aulas universitarias y en esto también este documento histórico señala una marca de origen de las preocupaciones feministas en Argentina. Como lo señala Dora Barrancos, prologuista del volumen: “El núcleo de las primeras feministas tuvo mucho que ver con los sectores medios en franca expansión, las posiciones seculares, la implantación del socialismo y también con la mayor educación de las adherentes”. El tono reformista, dice Barrancos, era “una auténtica convicción” y, sin embargo, es en la tensión de sus lenguajes donde esta comentarista también deja entrever el ánimo utópico de estas mujeres, su ambición de devenir otras.
Veronica Gago
miércoles, 24 de junio de 2009
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