viernes, 11 de diciembre de 2009

Argentina: La TV y el psicoanálisis

Si en sus primeras "Conferencias", Freud afirmaba que la resistencia al psicoanálisis era la mejor prueba de su eficacia, deberíamos preguntarnos qué le depara el presente, ahora que la práctica se legitimó con el índice más claro de aprobación colectiva.
Léase: el éxito televisivo. Ni siquiera importan esas investigaciones de la UBA que indican que hay 145 analistas cada cien mil habitantes y ubican a la Argentina a la cabeza de Dinamarca, Suiza y Noruega en cantidad de psicólogos per cápita: la representación mediática de la terapia psicoanalítica es garantía suficiente de masividad.
Ya los primeros difusores del psicoanálisis a nivel local, como Enrique Pichon Rivière, uno de los fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina, luchaban por extenderlo fuera del consultorio a través de columnas semanales en la revista "Primera Plana".

Paradojas del destino, hoy se lo cita (indirectamente) en una de las ficciones más exitosas de Canal 13, cuando el analista representado por Norman Briski le dice al paciente conflictuado por la endogamia de la comunidad armenia: “Es necesario salir del círculo para entrar en la espiral”. Pero el guiño no hace a la historia y estas sutilezas son un dato menor a la hora de ver las causas que llevaron a los guionistas de Trátame bien a extender los 13 capítulos iniciales a los 36 que serán finalmente, gracias a la repercusión del programa.

¿Qué atractivo encuentra el televidente argentino en la recreación del análisis?
Todo empezó con "Vulnerables", allá por el año 2000. Por primera vez se llevaba un grupo de terapia a la pantalla chica, se contaba la dinámica de trabajo y la problemática particular de cada uno de sus miembros: desde el adicto, la madre posesiva y el fóbico, a la histérica o el jugador compulsivo. Además, se dramatizaba la vida del terapeuta, algo totalmente innovador para ese momento.
“Antes de Vulnerables, solamente recuerdo las terapias televisivas como una recreación donde el analista era un estereotipo, el personaje de pipa que ponía caras mientras el protagonista le hablaba”, dice Mario Segade, uno de los guionistas. “Lo que nos atrajo a Belatti y a mí fue el poco interés inicial que despertaba la idea de hacer un programa de televisión que básicamente se centraba en ‘gente hablando de sus problemas’. Bueno, nosotros demostramos que era posible hacer un programa intenso y atractivo con esa temática, porque todos los elementos que usamos eran muy sólidos: escritura, producción, dirección, intérpretes.”

Y es cierto, lo que dice Segade. La suma de factores llevaba las más de las veces a un clímax dramático donde el espectador quedaba de cama. Hubiera hecho terapia en su vida, o no.
Los autores desacreditan la opinión de que Vulnerables marcó un antes y un después en la televisión argentina, pero admiten que abrió las puertas para que otros pudieran pensar nuevas ficciones.
Y así fue como unos años más tarde vinieron las "Locas de Amor", con guión a cargo de Pablo Lago y Susana Cardozo, la dupla (¡y pareja!) que hoy escribe "Tratame bien".

Básicamente, dicen los guionistas, la idea fue mostrar la locura desde un lugar interesante, lejos de la oscuridad y la abyección a las que solía asociarse. “Poder contarle al público cómo vive una persona con problemas psiquiátricos concretos, una vida supuestamente normal”, explica Cardozo. De ahí a Tratame bien, no medió más que un paso y la aprobación de Poolka , a esta altura referencia obligada de los productos “psi”. Y entonces acá estamos todos, prendidos cada miércoles al unitario que gana en su franja horaria reflejando una terapia de pareja (la dupla Roth-Chávez) y las terapias individuales de sus integrantes.

Por un lado está Briski, el analista de José (Chávez) que vendría a ser algo así como el tipo que está de vuelta.
El personaje de Arturo es Briski haciendo de Briski (que debe tener unos cuantos años de análisis encima) con esos gestos, con esas risas ante el relato del paciente, el tipo que baja un escalón para hacernos la vida más fácil y se permite hablarle de igual a igual (“¿no querés una pinza de esas de depilar para sacarte esa astillita que tenés en la mano?”) sin olvidar el famoso “encuadre”: desde señalar el sillón que le corresponde “siempre” por ser el analista, hasta derivar al personaje de Alfredo Casero cuando descubre que es amigo de José (“en nuestra profesión, el encuadre..., la base ética de nuestra profesión”, trastabilla algo incómodo).

Después está Elsa (María Onetto) que es la más imperfecta de todos, por no decir lisa y llanamente una inútil. Una analista lenta, pegada al librito, un tono cansino que recuerda a la cosmetóloga de Juana Molina (“estás mal, Sofía, ¿mmm?”; “¿Y el alcohol, Sofía?”), negada como pocas a resolver el síntoma que salta frente a sus ojos cuando Roth llega ¡borracha! al consultorio.
Y por último está Banegas, la gran Banegas haciendo de Clara, la terapeuta de pareja. Otra que debe darse sus buenas panzadas leyendo los guiones. Una Medea en el rol terrenal de analista, aunque mucho más simpática. Agradable, podríamos decir. Una mujer frontal, mucha sonrisa, muchos chistes, que escucha complaciente cuando Roth y Chávez le cuentan que se fumaron un porro en el medio de la mudanza post-crisis y apela al silencio ante las peleas feroces que muestran más que cualquier discurso. Incluso se permite guiños con la teoría: “Cómo roban ustedes con el yeite de la madre”, le dice Casero en su primera sesión de terapia con la hija del matrimonio protagonista. “¿Sabe qué pasa?”, contesta Clara, “que el yeite de la madre es el yeite más viejo de la historia de la humanidad”.

A la hora de arriesgar las razones del éxito, Lago y Cardozo coinciden en que los desconocedores de la terapia espían de qué se trata “para ver si hay cosas que a ellos les sirvan”, mientras que el analizado con experiencia corrobora satisfecho la verosimilitud del formato.
El goce de fisgonear dentro de un espacio cerrado en el que, por definición, jamás podría haber un tercero.

Claro que en uno y otro caso es necesario hacer un pacto previo con la ficción: se sabe que el tiempo es oro y que el zapping está al alcance de la mano.
“Lo que nosotros hacemos es tomar una foto”, explica Cardozo. “Si la terapia dura 45 minutos real, acá vamos a mostrar un minuto de lo más interesante. El insight famoso, por ejemplo, pasó una sola vez y no volvió a pasar. Eso no sucede tan fácil ni tan rápidamente en las terapias normales, no vamos a mentir”, dice. Por las dudas, vale la aclaración: el “insight” es definido como ese momento de la terapia en que el paciente (¡al fin!) incorpora por sí mismo la interpretación analítica.

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