martes, 15 de diciembre de 2009

Ni caso a Obama


Escribe Horacio Eichelbaum: Obama presiona a Israel, a Honduras, a Marruecos…y ni lo toman en cuenta. Resulta sospechosa tanta ‘debilidad’, cuando los ejércitos imperiales aplastan a Irak, Afganistán, Pakistán…

La realidad va volviendo a su cauce. Efectivamente, Obama fue un espectacular cambio de fachada. Quizás tampoco podía ser más que eso: ‘lo que no pué ser, no pué ser…y además es imposible’. Va a resultar que la capacidad de Obama como orador se va pareciendo más a la de un convincente vendedor, aunque sea de sueños, que a la de un auténtico reformador.

Los que le dieron el Premio Nobel de la Paz, encendiendo tantas sonrisas irónicas, confirmaron la creencia generalizada: que el galardón es más por lo que promete que por lo que pudo llegar a hacer. Pero Obama ha dejado bien clara su teoría –no muy lejana al ideario de Bush- de que “la guerra es necesaria para la paz”. Es una ampliación del consejo romano: ‘si quieres la paz, prepárate para la guerra’, que tiene un sentido evidente: si te muestras débil es más posible que te ataquen.

Pero ese no es el caso de Afganistán. Por muy brillante oratoria que despliegue Obama, la de Afganistán es una guerra sin el menor atisbo de justificación. Se trata de un pueblo pobre y primitivo, al que los ataques constantes están reforzando en sus creencias religiosas y van extendiendo eso que Occidente llama, con tanto regodeo, el ‘fanatismo’. Allí donde llegan los ejércitos imperiales con sus guerras preventivas la desesperación se apodera de la población y crecen el fanatismo y los atentados suicidas. No hay más que ver cómo el incendio bélico ha sido propagado a Pakistán por los norteamericanos, mientras llevan más tropas a Afganistán y no decae la virtual guerra civil que el mismo invasor desató en Irak.

Esta ‘nueva era’ en la que regímenes brutales, como el chino, no reciben siquiera reproches, supone que Estados Unidos quiere abandonar su hábito de imponerse, aunque sea con aquellas terribles excepciones: Afganistán, Pakistán, Irak…

Tan tolerante es hoy el gobierno de Washington que no consigue apretar las tuercas a nadie: le ha dado un ultimátum a Israel para que suspenda los asentamientos de colonos en tierras teóricamente reservadas a los palestinos y el régimen de Tel Aviv ni se inmutó, continuando con esa ‘recolonización’ que va enterrando toda posibilidad de una paz negociada.

También ha querido frenar a los golpistas en Honduras y recibió el mismo desaire. Y, al menos hasta el momento en que se escriben estas líneas, tampoco ha obtenido el menor resultado presionando a Marruecos para que respete los derechos humanos, aunque sólo sea los de la señora Haidar, porque ya se sabe que el resto de los saharauis seguirá siendo reprimido día tras día. Tanta impotencia resulta hasta sospechosa. ¿Habrá que escuchar con otros oídos la advertencia de Hillary Clinton a Cuba, Venezuela y otros países latinoamericanos para que ‘se lo piensen bien’ antes de mantener buenas relaciones con Irán?

En Latinoamérica hay que seguir atentamente el desarrollo del verdadero tratado militar que Washington firmó con Colombia, presentado como un simple convenio para el uso de siete bases militares. En un escrito presentado al Congreso de Estados Unidos en mayo pasado con los presupuestos del Pentágono, se dejaban ver las intenciones del pacto con Colombia: pedían a los congresistas 47 millones de dólares para acondicionar la base de Palanquero. El texto era tan explícito que fue corregido y presentado de nuevo, mucho más suave, en noviembre. Allí se subrayaba la feliz circunstancia de que, desde aquella base, el ejército USA puede acudir con rapidez y bajo costo a cualquier parte de esta ‘subregión’ (menos al Cabo de Hornos, en el sur de Chile), tan peligrosa por la existencia de gobiernos ‘anti norteamericanos’.

No hay muchos datos que indiquen un verdadero cambio de rumbo de Washington. Al contrario, empieza a temerse que el ‘cambio de imagen’ que representa Obama se agote en sí mismo y sólo sea eso, un cambio de imagen.

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