sábado, 28 de noviembre de 2009

Teatro argentino: Cuatro lecciones de talento y esfuerzo


Lecciones argentinas: Rafael Spregelburd, Javier Daulte, Claudio Tolcachir y Daniel Veronese
Lección 1: Spregelburd. Bizarra (2003), uno de los mayores éxitos del dramaturgo/actor/director Rafael Spregelburd nació, cuenta, "como respuesta a la crisis argentina de 2001, el temible corralito. Estábamos todos deprimidos, y en vez de suicidarnos o darnos al alcohol, decidimos hacer una fiesta. La actividad de nuestro grupo, El Patrón Vázquez, habitualmente insensata, se volvió más insensata todavía, de modo que buscamos un formato desquiciado". Así, Spregelburd y su banda crearon Bizarra (subtitulada 'La lucha de clases explicada a los niños, con pornografía y pop'), una "telenovela teatral" de 10 capítulos y 20 horas de duración. Implicaron a 50 actores y arrasaron en la sala Barea del Centro Cultural Rojas, con entradas a tres pesos: llenos diarios, colas de horas para entrar, grupos que se sabían y coreaban las canciones, público intercambiando los cromos del Álbum Bizarra. Todo un fenómeno de culto en Buenos Aires, simultaneado por otro proyecto descomunal, la Heptalogía de Hieronymus Bosch, de la que en España apenas se han visto dos entregas: La estupidez y La terquedad. Divisa Spregelburd: "Sólo funcionan los proyectos verdaderamente imposibles". Corolario: "Lo que asombra del teatro argentino es esa capacidad de sobreponernos absolutamente a todo".

Lección 2: Daulte. En la primavera de 2002, Javier Daulte y sus actores se presentaron en el extinto Festival de Sitges con Gore, una obra de la que nadie sabía nada. En la rueda de prensa le preguntaron por el contenido. "Los contenidos", dijo, "rara vez me han importado. Me importan los géneros y llegar al público, emocionarle, divertirle, sacudirle. En una palabra: entretenerle. Durante demasiado tiempo, la gente del teatro no ha tenido en cuenta al público y se ha amparado en lo que llamaban, pomposamente, teatro de ideas. Yo creo que el teatro no debe transmitir ideas, sino inventarlas". Mucha gente se quedó en Sitges sin poder ver Gore, hasta el punto de que Daulte y compañía quisieron representarla en Barcelona para todo aquel público. Llamaron a muy diversas puertas, pero se toparon con la burocracia omnipresente. Era imposible, les dijeron, encontrar una sola sala disponible en aquellas fechas. A los cuatro días habían localizado un viejo cine abandonado en un edificio de okupas. Recolocaron las butacas de madera, y con cuatro focos prestados por la sala Beckett hicieron la función durante una semana, con entrada gratuita y aforo al completo. La cola rodeaba toda la manzana. Me pregunté cómo había podido congregarse tantísima gente, porque no apareció, lógico, ni una línea publicitaria. Respuesta: había corrido la voz por mensajes de móvil. La repercusión de Gore fue tal que los programadores se avivaron y Daulte "colocó" cuatro espectáculos en la siguiente temporada. Moraleja Daulte: "Los teatreros argentinos desconocemos el significado de la palabra no".

Lección 3: Tolcachir. A los 28 años, harto de llamar a las puertas de siempre, Claudio Tolcachir (actor, autor, director, profesor) convirtió su casa en teatro. Y en escuela. Una escuela de actores sin horarios, sin apertura ni cierre: se estudiaba por la noche o de madrugada, cuando todos se habían liberado de sus quehaceres alimenticios. Así nació Timbre 4, en Boedo, 640, en un piso grande y destartalado, al final del pasillo de una casa de vecindad. Durante meses, Tolcachir y sus alumnos construyeron el retorcido árbol genealógico de la familia Coleman, y de ese modo brotó su primera obra dramática. Crearon la familia y "vivieron" como familia. Si algún actor no podía estar presente, ensayaba por teléfono. Nadie cobraba: todos vivían de otras cosas. La omisión de la familia Coleman se estrenó en agosto de 2005. Su público: 50 personas por sesión, apiñadas en el comedor de Tolcachir. Hicieron la función durante cuatro años. El espectáculo se llevó todos los premios de Buenos Aires, y giró por media Suramérica, y fue a Nueva York, y a Miami, y recaló en Cádiz, en Almagro, en Gerona, en Madrid, siempre con una acogida entusiasta. A partir de la próxima primavera, Timbre 4 será un teatro de 200 butacas. Lema Tolcachir: "El teatro te hace sentir que las cosas son posibles".

Lección 4: Veronese. Daniel Veronese es el director más tentacular del teatro argentino. Trabaja en la escena comercial y en el under, simultaneando las puestas en escena: hará un par de temporadas coincidieron cinco montajes suyos en cartel. Dos de sus textos se eternizaron en Buenos Aires: Open House duró ocho años; Mujeres soñaron caballos, seis. "Cuando tengo un rato libre", dice, "ensayo una obra. O dos". Sus versiones de Chéjov e Ibsen se caracterizan por la concentración y la velocidad. No hay silencios, pausas, reposo: todo son puntos álgidos, choques, conflictos. "Cuando elijo un texto necesito que algo resuene en mí; algo cercano, emotivo y peligroso: obras que generen sentimiento y asombro". Corta, remonta, retitula, inserta fragmentos de otras piezas. Se impone retos y los impone a sus actores: cambiar el sexo de los personajes, por ejemplo. O reutilizar escenografías que nada tienen que ver con el original, "para abaratar costes, siempre, y también para crear tensión". Y a veces, ni decorados siquiera. En Fuga Cabrera, la sala que abrió junto a su casa de Palermo Viejo, no hay escenario, telón ni focos: el público se encuentra a los actores ya esperando, a cuatro pasos, bañados por una luz general, inmutable durante toda la representación. Actores que, como la inmensa mayoría de la profesión bonaerense, ganan su sustento en televisión o cine y pueden permitirse ensayar con Veronese todo el tiempo necesario, "hasta que la función esté realmente a punto". En Fuga Cabrera o en otro de los epicentros del under: El Camarín de las Musas, en el barrio de Congreso.

Marcos Ordóñez
“El País” España

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