lunes, 26 de octubre de 2009

El planeta sin cabeza


Escribe Horacio Eichelbaum: A caballo entre el viejo y el nuevo siglo denunciábamos lo que llamábamos ‘la aniquilación de la periferia’ –un proceso también global que hoy se ve con desesperante nitidez en África-, acopiando datos sobre situaciones trágicas a las que todavía no se había reconocido su inmenso protagonismo. Lo hacía en mi libro ‘Un planeta a la deriva’, mencionando incluso el renacer de la piratería, aunque no se trataba de la que se presenta hoy en las costas de Somalia sino de la que proliferaba en las Islas Jolo, entre Malasia y Filipinas: en la última década del S. XX se habían registrado mil actos de piratería por aquella región.
Hablábamos también del retorno de la esclavitud, del mercado internacional de órganos, del flagelo del SIDA y la reaparición de enfermedades extinguidas o de la angustia de poblaciones en situaciones tan miserables que pedían que fueran a instalar en sus tierras basureros nucleares, siempre que así se crearan unos cuantos empleos. En resumen, de todas esas cosas que hoy ‘conmueven’ a artistas y deportistas y que se han convertido en instrumentos de marketing de las grandes marcas y de los canales de televisión.

Decíamos también que no pretendíamos exonerar de culpa a los corrompidos poderes locales, pero que era la estructura de poder mundial la que adjudicaba a la periferia una misión exclusiva de reserva de materias primas y de mano de obra sobreexplotable. Una mano de obra baratísima que se ha ido a explotar ‘in situ’ o que es explotada mediante grandes oleadas migratorias, perfectamente regulables: se las admite precariamente mientras conviene y se las ilegaliza y expulsa cuando ya no son útiles.

Este sistema aniquilador se organiza, se extiende y se defiende como ‘inevitable’ –mientras se estimula la caridad del marketing- desde la estructura de poder occidental, que durante todo el siglo XX ha ido consolidándose hasta llegar a su cúspide, justo al final del viejo siglo, y entrar en el XXI con un control total de la situación pero también con una crisis feroz que ha arrasado sus propias bases de sustentación.
Se han quedado sin ideología y se han quebrado sus paradigmas, pero siguen andando –el planeta sigue a la deriva- como las víctimas de aquel verdugo chino que cortaba la cabeza de modo tan rápido y preciso que la víctima se mantenía erguida; el verdugo conseguía que el tronco quedara descabezado cuando le decía: “Tenga la amabilidad de inclinar la cabeza, por favor”.

También sostenía, diez años atrás, que en el tercer mundo no había propiamente Estados, sino remedos, imitaciones de los Estados-Nación creados en Europa. Ahora los piratas de Somalia nos han hecho comprender repentinamente lo que es un No-Estado. Pero todavía no entendemos que China –un subcontinente brutalmente colonizado por Japón y Occidente hasta hace pocos menos de un siglo- o la India –un subcontinente colonizado por los británicos hasta hace poco más de medio siglo- o bien Brasil y el resto de Latinoamérica –teóricamente descolonizada hace menos de dos siglos- son pueblos emergentes que están pugnando por crear sus Estados-Nación.
Se los mira como adalides del desarrollo económico cuando son, antes que eso, bocetos de un proyecto político. Son desesperados proyectos de Nación que pugnan por escapar de la cárcel del subdesarrollo y la miseria, aún cuando a veces hagan muy poco contra la miseria concreta en la que viven sus pueblos. Pero nada les garantiza que el Planeta Titanic seguirá a flote cuando coronen sus esfuerzos.

Hay quienes creen que la caída de su paradigma puede arrastrar a toda una civilización. En cierto sentido es lo que viene a decir Maalouf, el famoso escritor egipcio: Occidente no puede caer en la tentación de “conservar por medio de la superioridad militar lo que no puede conservar por superioridad económica y autoridad moral”.



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